Lost in translation

Lasse era el compañero de piso más molesto que he tenido el disgusto de conocer. Tenía siempre tres o cuatro invitados que se quedaban a dormir en el salón día sí y día también, me cogían comida de la nevera, armaban jaleo hasta las tantas con la música a todo meter y encima se las apañaban para ocupar la ducha siempre que yo la necesitaba urgentemente. En más de una ocasión le transmití educadamente mis quejas a Lasse, pero le resbalaron, como si estuviera hecho de teflón.
Un día se me colmó la paciencia y decidí tomar represalias, pero de una forma sutil. Estoy muy de acuerdo con eso que dicen de que "la venganza es más dulce cuando se sirve fría", así que obré en consecuencia. Esperé el momento adecuado: una tarde en la que Lasse y sus amiguitos estaban el salón charlando. Me dirigí a donde estaba sentado Lasse y delante de sus amigos, le dije que hacía cinco días que tenía el fregadero lleno de platos, que yo no era la sirvienta de nadie y me negaba a fregarlos, que ya eran mayorcitos para limpiar lo que ensuciaban. Se lo dije en tono firme, pero tranquilo, sin subir la voz y midiendo las palabras. En realidad me daba absolutamente igual que no fregaran los platos. Solo lo hice para crear el efecto deseado. Planté la semilla y me limité a esperar a que germinara. Me senté en la sala en medio de todos ellos, fingí leer un libro y agucé el oído.
No tardaron ni dos minutos. Dando por hecho que yo no entendía su idioma, Lasse y sus amigos empezaron a despacharse a gusto en noruego. Me llamaron de todo menos bonito. Es la primera vez que me he divertido oyendo como alguien me insultaba. Me lo pasé de lo lindo escuchándoles. Dejé que cavaran bien hondo su fosa y aguardé el momento adecuado para darles la puntilla. Veinte minutos más tarde, seguían hablando de mi y yo seguía callado, aparentemente enfrascado en mi libro y ajeno a lo que hablaban. Uno de los ellos le preguntó a Lasse donde estaba el cenicero.
-Está encima del mostrador de la cocina -dije yo, en un correcto noruego.
Se quedaron helados.
Durante lo que pareció una eternidad fueron incapaces de articular palabra. Pusieron cara de susto, cruzaron miradas -aquello parecía un tiroteo visual-, pero no fueron capaces de mirarme a mi. Finalmente hicieron como si nada hubiera ocurrido. Es algo que me esperaba. Odio generalizar, pero así son los noruegos. Eluden las confrontaciones como la peste. No se les da bien eso de ir de cara.
A partir de ese día, Lasse y sus amigos fueron exquisitos conmigo. Mi piso parecía la sede de la competición olímpica de "hacerle la pelota a Woodsman". Se acabó el ruido, los hurtos de comida y el resto de los problemas. Lasse incluso me regaló una botella de vino al marcharse del apartamento al final del verano.
Ahora que lo pienso tiene gracia, les tomé el pelo a esos noruegos a base de hacerme el sueco. :P
4 comentarios
Woody -
DENISE, con la bruja del principal 3 lo podríamos haber hecho hasta hace poco, porque se quedó a cuadros hace un par de semanas cuando me oyó hablar en noruego.
MURASAKI, nada que vershhhhhh. No me compares a los calidos ticos con los fríos vikingos.
Murasaki -
Y ya ves, los noruegos se parecen a los ticos en eso de evitar las confrontaciones..¿será cierto entonces que los vikingos llegaron antes que Colón a América? ;-P
Un abrazote
Gracie Lou -
@le -
abrazos desde mi esquina
@